Los
esteros del Iberà
Es el gran humedal argentino y una de las
reservas de agua dulce más importantes del planeta. Ubicado en el centro de la
provincia de Corrientes –de cuyo territorio ocupa el 14%-, este complejo de
lagunas, esteros, bañados, camalotes y embalsados es un sitio de naturaleza
única.
Aquí uno podría pensar que los alarmantes
anuncios de la UNESCO por la escasez de agua que afecta al planeta son una
exageración. Sin embargo, ocurre todo lo contrario. En este lugar, la
conciencia ecológica despierta, quizá por instinto de supervivencia, quizá por
el deseo egoísta de preservar tanta belleza.
Iberá, tierra de pura agua
–agua que brilla en guaraní- de atardeceres encendidos y de extensos palmerales
es un gran refugio de vida silvestre.
A partir de 1989 toda
el área se convirtió en Reserva
Provincial. En los
últimos años, gracias a la prohibición de cazar y a las normas de preservación
del medio, las especies autóctonas se multiplicaron llamativamente en los
13.000 km² de la reserva, en especial en la laguna Iberá.
Aquí se ven yacares, carpinchos, ciervos de los
pantanos, lobitos de río y monos carayás. El sitio es también un paraíso para
los birdwatches. Quizá porque verlos es fácil y no requiere horarios
especiales, ni preámbulos, ni practicas exóticas, el lugar entusiasma a los
aficionados y seduce a los profesionales de todas partes.
Garzas (brujas, moras y chiflón), cigüeñas
americanas, ibis, ipacaás, patos de todo tipo y color, carpinteros, los Martín
Pescador, monjitas, lavanderas, benteveos… la lista es innumerable. Incluso,
con paciencia y dedicación, puede verse el tordo amarillo, el yatapá de collar,
la monjita dominicana y el cardenal amarillo, difíciles de encontrar en otros
sitios.
Para tener un panorama diferente de los
esteros, vale la pena navegar el río Miriñay. Su costa poblada de palmeras,
lapachos e ibirás pitas permiten ver una postal diferentes de la selva
paranaense. Otra alternativa es hacerse una escapada hasta el río Corrientes,
desagüe de la laguna del Iberá, que recorre una geografía serena de pastizales
hasta llegar al Paraná.
Las estancias Colonia Carlos Pellegrini
–pequeño pueblo a orillas de la laguna Iberá- es el lugar donde instalarse para
conocer accesos o bien son propiedades privadas (hay algunas estancias
turísticas como San Lorenzo y San Juan Poriahú) o son poblados como Virasoro o
Loreto, con servicios reducidos.
En materia de estancias, un párrafo aparte
merecen las de Douglas Tompkins, en la zona recibe turistas en Rincón del
Socorro y San Alonso. Ambas integran parte del proyecto Iberá que su fundación
The Conservation Land Trust lleva adelante desde 1992 con el objetivo de
adquirir áreas de alto valor ecológico para convertirlas en parques naturales.
Pumalín en Chile y monte León en nuestro país son algunos ejemplos.
En Iberá, la tarea de
Tompkins se inició en 1998. Sofía Heinonen, integrante del grupo de biólogos que
trabaja en este proyecto con sede en Rincón del Socorro, afirma que el proceso
llevará unos 25 años. Durante ese tiempo s implementarán varios programas para
actuar sobre el medio natural (empezando por las reintroducción del oso
hormiguero) pero también sobre el factor humano, especialmente la población de
Carlos Pellegrini y los parajes vecinos.
San Alonso, en cambio, es accesible sólo por
avioneta. A orilla de la laguna Paraná, desde lo alto parece un gigantesco
islote de 56.000 hectáreas. Está completamente aislado y esto le confiere un
atractivo especial.
En Carlos Pellegrini también hay varias
hosterías que organizan la estadía del viajero en versión all inclusive (con
pensión completa, navegación, y otras actividades). Como la mejor forma de ver
la fauna es desde el agua, y además no hay restaurantes en la Colonia, los
paquetes de tres días resultan una alternativa ideal. Los animales suelen huir
de la luz del sol, de manera que para ver la fauna conviene hacerlo bien
temprano por la mañana o por la tarde.
La zona comparte con el resto de Corrientes una
rica y muy peculiar tradición gauchesca mezclada con ciertos usos y costumbres
heredados de las cultura guaraní. Los hombres de campo se visten con colores
vivos y andan a caballo descalzos. La división entre liberales (de pañuelo
celeste) y autonomistas (de pañuelo rojo) se mantiene casi intacta desde el
siglo XIX y genera pasiones irreconciliables que se transmiten de padres a
hijos, de patrones a “menchos”.
Los esteros también se pueden recorrer a caballo.
José Martín organiza salidas por los palmerales y bañados de los alrededores y
matiza la cabalgata con relatos que pintan los entretelones de la vida en el
campo.
De paso por el cementerio, José explica que el
enfrentamiento que divide a los correntinos se traduce también en el color de
las tumbas en los cementerios: celestes y coloradas.
Por la noche el cielo superpoblado de estrellas
y la luna también invitan a la navegación. Decenas de ojos colorados aparecen
en la oscuridad cuando iluminamos el agua con un reflector, son los yacares
listos para salir de caza. Un par de garzas brujas se pelean en la costa de
enfrente, a lo lejos un chajá grita destemplado, en señal de protesta. La magia
del Iberá no entiende de días ni horarios.